Esther Martín del Campo Madrid | viernes, 07 de julio de 2017 h |

Presume, desde la humildad, de haberse llevado a los rectores de las universidades madrileñas a los campamentos de refugiados del Sáhara poco después del secuestro de los cooperantes de Médicos del Mundo. No en vano, la solidaridad es, junto con la poesía, una de las pasiones de este neumólogo que, entre sus múltiples responsabilidades, preside también el Comité Científico de la Red contra la Tuberculosis y por la Solidaridad.

Pregunta. Be neumo, be you, ¿qué le dice esta expresión?

Respuesta. Es un proyecto del servicio de Neumología del Hospital de La Princesa que trata de recuperar los valores, la dimensión humana y humanista de la medicina. Cuando llegan los residentes a nuestro servicio, aparte de decirles que tienen que estudiar la fisiopatología respiratoria, el “Fraser” y estos textos de referencia sobre neumología, comentamos con ellos un decálogo. Un decálogo que incluye el respeto a la vida y a la dignidad, la medicina basada en la evidencia, pero no solo en la vivencia: la medicina es ciencia, arte y sentimiento. Hay una medicina basada en los afectos. Insistimos en la importancia del significado de las palabras, de la vocación, el humanismo, la importancia de ponerse en la piel de los demás, de ser humilde, de la solidaridad como elementos consustanciales a la práctica médica. Pretendemos imbuir a nuestros residentes y en general a todos los miembros de nuestro servicio y los alumnos que pasan por el servicio de este componente humanista y recuperar los valores que deben adornar la dimensión humana de la medicina.

La clave son los residentes. También tenemos un neumoblog.

P. Neumología rima con poesía, ¿tienen algo en común?

Posiblemente soy neumólogo por mi espíritu poético. Yo tenía claro que iba a hacer una especialidad médica pero, ¿por qué la neumología? Siempre hablo del milagro de la respiración. Cualquiera de nosotros respiramos sin darnos cuenta 15, 16, 18 veces por minuto, cada vez que respiramos arrastramos medio litro de aire y en ese aire el 21 por ciento es oxígeno que a través de la tráquea, los grandes bronquios, los bronquios más finitos llega al alveolo y ahí, a través del intersticio pulmonar, que es un espacio misterioso, pasa al capilar sanguíneo y la sangre lo transporta a todo el organismo. Es lo que llamo el milagro de la respiración.

P. ¿Qué es La Princesa para ti?

R. Es mi vida. Vine a La Princesa hace más de 30 años, vestidito de soldado. Hice la mili en Sevilla y vine a firmar mi contrato de residente. Llegué en el año 83 y me quedé para siempre. Hice la residencia, mi tesis doctoral, estuve como interino, saqué la oposición, fui subdirector y director médico, jefe de sección, de servicio y toda mi vida profesional la he desarrollado aquí. Es un hospital al que quiero muchísimo. Aquí me enamoré, mi mujer trabaja en el hospital, venimos juntos a trabajar aquí muchas veces. Desde hace 17 años soy jefe del Servicio, lo cual es una motivación adicional, de luchar por la gente joven, por la especialidad… Yo no me quiero ir. Me quiero morir en La Princesa.

P. ¿Qué pensó cuando se anunció su transformación en un hospital para mayores?

Parecía un despropósito. No sé a quién se le ocurrió, pero se le olvidó que es un hospital con más de 160 años de historia, con un espíritu científico muy arraigado, vinculado a la universidad desde hace décadas.

Además es un hospital entrañable, muy querido por los vecinos del barrio de Salamanca. Aunque somos un hospital pequeñito, sin pediatría ni ginecología, hay servicios de referencia con mucha proyección internacional. El Instituto de Investigación de la Princesa fue el segundo en ser acreditado casi a la par que el de La Paz. La producción científica es muy importante.

El que tuvo aquella ocurrencia no tuvo en cuenta todos estos aspectos que hacen que La Princesa sea un hospital general universitario y de prestigio, con historia y espíritu científico.

P. ¿Cuándo siente morriña?

R. Soy un gallego especial, porque nací en Madrid y mi apellido es de origen vasco. Mis abuelos y mis tatarabuelos eran de Puebla de Trives, en Orense. Allí viví la etapa más bonita de la vida, que es la infancia. Me acuerdo muchísimo de mi pueblo , de cuando salíamos del colegio, de cuando íbamos a Cantalarrana a jugar, de los zapatos de domingo cuando íbamos a misa… De mis padres, que íbamos juntos de la mano a tomar el aperitivo, del equipo de fútbol, del equipo de minibasket.

Estudié en los Maristas de Orense, hice allí el Bachillerato, y vine a hacer COU a Madrid para hacer Medicina en la Autónoma. Era la única facultad que tenía selectividad. Como soy un hombre de grandes fidelidades ahí me quedé para siempre, y soy profesor titular desde hace muchos años y en los últimos diez años he sido delegado del rector en temas de salud. Galicia está allí, me tira.

También soy presidente de Asomega y estamos desarrollando un ciclo de conferencias sobre humanidades. En 2019 cumple 25 años y estamos programando las actividades. Llevo Galicia en el corazón y los médicos gallegos compartimos ese amor por Galicia que siempre te acompaña.

P. ¿Y el interés por la poesía?

R. Soy muy sentimental. Cuando era jovencito escribí algunas poesías con muy poco arte literario, pero siempre me gustó. Alguien dijo que la poesía es lo posible hecho imposible. Soñar, ver las cosas de otra manera, profundizar en tus sentimientos y en tu intimidad y en la de las personas que te rodean despierta tu sensibilidad. Los médicos somos personas que sentimos, soñamos, nos enamoramos, sufrimos y, personalmente me gusta la poesía.

He tenido la suerte de conocer a grandes poetas como Félix Grande, que fue mi paciente, a quien conocí a través de su mujer, Paca Aguirre, Premio Nacional de Poesía, por un libro que se llama “Historia de una anatomía”. A través de ellos conocí a Antonio Hernández, Premio Nacional de Poesía y de la Crítica, que tiene un libro Nueva York después de muerto que está dedicado a mí.

Este libro tiene su historia. Luis Rosales fue su maestro. Cuando estaba muy enfermo fue a verlo y le dijo que se quedaba con la pena de no haber escrito el libro sobre Nueva York que le había prometido a Federico García Lorca. Antonio le dijo que lo escribiría por él y años después publicó ese libro que de alguna manera se basa en la experiencia vital en Nueva York de Federico García Lorca, Luis Rosales y el propio autor.

Tengo otros amigos poetas diferentes. Alberto Infante, que fue director general del Ministerio de Sanidad, es escritor y poeta. Cuando organizamos el Congreso de la Separ y Madrid respiró poesía a todos los invitados les regalamos su libro, Poemas de Massachusetts.

P. ¿Cuándo te falta el aire?

R. Me rebelo ante la injusticia y ante la falta de sensibilidad con los más desfavorecidos. Eso me produce disnea, me ahoga. De hecho, en mi vida tuve la oportunidad de poner en marcha un proyecto cuando fui presidente de la Separ. Hicimos el plan estratégico y nos faltaba Separ Solidaria, que cumple 10 años. Eso me permitió acercarme a otras realidades mucho más duras que la nuestra, aunque no hay que irse muy lejos para ver la injusticia y las desigualdades. Uno de los proyectos en marcha es la Red de Tuberculosis y por la Solidaridad, que sigue siendo una epidemia de injusticia, la enfermedad de los pobres.

P. ¿Qué te ha aportado?

R. Separ Solidaria me permitió conocer la realidad de Nicaragua, de los campamentos saharauis, donde vive esa población en medio del desierto en condiciones infrahumanas, Zambia. Nos acercamos a la EPOC de los pobres en nuestro país, relacionada en nuestro país con el tabaco. Alguien dijo algún día que mucha gente pequeña, en muchos sitios pequeños, todos juntos, igual conseguimos hacer algo grande y me he dado cuenta de que los jóvenes que están en la sociedad son solidarios.

Este año hemos convocado becas para el Sáhara, para Nicaragua, y ha sido difícil seleccionar solo a tres porque había muchos y muy buenos candidatos.

PÍLDORAS

Un recuerdo: Caminar de niño de la mano de mis padres.

Un deseo: Ser buena persona.

Un lugar: Puebla de Trives.

Un aroma: El de las 31 rosas que le regalé a mi mujer por nuestro aniversario.

Un libro de cabecera: Nueva York después de Muerto, de Antonio Hernández.

El amor por la medicina viene de familia:

En mi familia ha habido mucho médico y parece que estaba predestinado.