C.R. Madrid | viernes, 22 de marzo de 2019 h |

Podría decirse que todos los consejeros de Salud del Gobierno vasco tienen tres cosas en común: la primera, una apuesta por el continuismo en una política a la que claramente —no hay más que ver los resultados de Osakidetza, un 8,2 sobre 10 para la ciudadanía vasca— le sienta bien el largo (plazo); la segunda, una especie de idiosincrasia común de puertas para afuera; la tercera, todos se confirman como excelentes gestores. Jon Darpón no es ninguna excepción.

Llegó en 2012. A muchos les sorprendió que dejase de capitanear la mayor clínica privada del País Vasco —la clínica IMQ Zorrozaurre— para aceptar la oferta del Lehendakari Iñigo Urkullu de sustituir nada más y nada menos que a Rafael Bengoa. Hoy, no queda rastro de esa sorpresa.

La apuesta continuista del consejero se manifestó en ese afán de su antecesor por el sistema sanitario para adaptarlo a las necesidades de la población. Y allí donde Bengoa plantó la semilla de la cronicidad, Darpón la regó con una reorganización que se ha convertido, por méritos propios, en otro referente de Osakidetza: las OSI.

Frente al manido discurso de la diferencia en el gasto sanitario per capita que siempre compara al País Vasco con el resto de CC.AA., Darpón nunca se cansó de repetir que las cifras de Euskadi reflejan, más que el cupo, una “prioridad política”. Por eso, también, fue un celoso defensor de las competencias.

De sus bondades como gestor ha dado cuenta todo el gobierno vasco, convencido de que el suspenso de Darpón ante la OPE de Osakidetza responde a una estrategia de acoso político ante la cercanía de las elecciones.


El ex consejero llegó al Gobierno vasco tras capitanear la mayor clínica privada de la comunidad