BOI RUIZ, conseller de Salut de la Generalitat de Catalunya | viernes, 18 de septiembre de 2015 h |

La mayoría de los países desarrollados, especialmente los de la Unión Europea, se enfrentan al gran reto del cómo alcanzar mayores índices de esperanza de vida pero, sobre todo, de vida saludable. Los expertos dicen que nuestro reloj biológico tiene aun más cuerda.

El éxito de los sistemas universales de responsabilidad pública en la asistencia sanitaria, la protección de la salud y la investigación biomédica nos lleva a la cronificación de enfermedades que antes resultaban letales. De todos los condicionantes de la salud de una persona podríamos decir que los sistemas sanitarios públicos, con sus atributos de equidad y de contribución a la cohesión social, son determinantes en la esperanza de vida ganada en las tres últimas décadas. ¿Pero podemos seguir ganando años de vida y de vida saludable sólo a expensas del sistema sanitario?

La experiencia nos dice que los grandes saltos se han producido con las grandes actuaciones en salud pública, como las vacunaciones o la potabilización del agua.

La intervención decidida sobre aquellos otros condicionantes de nuestra salud, como la comunidad en que vivimos, el entorno ambiental, social, económico y de nivel cultural, igual que nuestros propios hábitos, deberá prever que estos condicionantes sean incorporados a todas las políticas de salud de los gobiernos.

Si de un coche se tratara, todos sabemos que su duración dependerá, entre otros factores, del trato que reciba de su dueño, de los conocimientos de mecánica que posea, de si circula por caminos polvorientos o mal pavimentados, de si permanece largo tiempo sin circular, de los mantenimientos adecuados y de las reparaciones en talleres competentes. Es fácil hacer la analogía con una persona.

Por lo que al sistema sanitario se refiere, cabe señalar que su organización asistencial necesita reformas que basen su sostenibilidad en políticas más proactivas. Se trata de ser excelentes en la atención a cualquier patología pero, a la vez, también se trata de reducir los episodios de enfermedad. Se trata de ser los mejores en el trasplante renal, pero siendo los que menor prevalencia de insuficiencia renal tengamos porque el diagnóstico y seguimiento, por ejemplo, de la diabetes es una prioridad de las políticas de salud.

Lo mismo podríamos decir de la enfermedad cardíaca isquémica. Se trata de ser los mejores en supervivencia tras un infarto, pero siendo los que menos infartos tengamos.

Para conseguirlo hay que seguir avanzando hacia una atención sanitaria más proactiva que se anticipe a la enfermedad evitándola o diagnosticándola en sus fases iniciales. Y de eso trata la política sanitaria, lejos de lo que estamos acostumbrados a ver y oír. El debate sobre su gestión, organización y administración está aun muy alejado de las políticas y no responde al «para qué hacemos las cosas» y al «cómo benefician a las personas».

Hacer política sanitaria significa destinar los recursos disponibles a sistemas sanitarios dotados de una organización que considere a la persona como individuo con una biografía clínica y social única que requiere un abordaje integrado e integral. ¿Cómo podemos dar una respuesta asistencial adecuada si no la damos a la pregunta de si el infarto es una enfermedad del corazón o una enfermedad que se manifiesta en el corazón?

Superada la convicción de que la atención sanitaria y la protección de la salud constituyen un derecho, las políticas sanitarias propuestas por clínicos y salubristas, con el objetivo común de salud individual y colectiva, no deben conocer diferencias ideológicas. Ahí no puede haber debate y menos artificial e interesado.

Y el debate sobre el «cómo», es decir, la gestión de las políticas, sólo debe tener como referente los resultados para el ciudadano como potencial paciente, como paciente y como contribuyente, que constituye el «para qué». Estas políticas no deben generar más polémica que la de los resultados, desde la publicitación de los mismos y desde la responsabilidad compartida por los políticos de que la salud es una cuestión de Estado en la que no debe haber más rédito político que el éxito de las mismas, gobierne quien gobierne; en esperanza de vida saludable fruto de una buena accesibilidad a los servicios, una buena resolución clínica de la enfermedad y una buena protección individual y colectiva de la salud que retrase o evite, en la medida de lo posible, la aparición de los problemas de salud.

Todo ello, lamentablemente, está muy alejado del debate en los parlamentos o en el propio Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, donde priman las regulaciones, las financiaciones y la utilización partidista de un bien individual y colectivo como es la atención sanitaria y la de la salud.

Como afirmé recientemente en un congreso internacional de neurología: «¿Se imaginan que un día seamos capaces, los médicos, de autodefinirnos, a título de ejemplo, como especialistas en salud neurológica en lugar, únicamente, de especialistas en enfermedades del sistema nervioso, como antaño?». Por ahí han de ir las nuevas políticas.