| viernes, 18 de octubre de 2013 h |

Si alguna lección se debería sacar de la crisis económica es que lo que se hacía hasta que llegaron las vacas flacas en los sistemas sanitarios era algo inviable. En Castilla-La Mancha las cifras hablan por sí solas: gastos sanitarios que superaban en un 20 por ciento lo presupuestado, 600.000 facturas sin soporte presupuestario, una deuda acumulada en la sanidad de 5.000 millones de euros y dos meses de impagos a las oficinas de farmacia que situaban al sector en una situación dramática.

Para salir de este atolladero la comunidad está pagando en la actualidad tres millones de euros diarios en concepto de intereses, nada menos que 1.500 millones anuales.

No es de extrañar, tras vivirlo en propias carnes, la advertencia que hace José Ignacio Echániz de que, o se mantiene esa política de la búsqueda por la eficiencia, o en los próximos años la situación volverá a ser la misma que había antes de los problemas presupuestarios.

La cuestión es que todas estas cifras salen a la palestra en este caso por un cambio de color del Gobierno, pero cuántas cuentas sanitarias estaban o han estado en situaciones similares independientemente del partido político que las gobernara. Aún queda capacidad de asombro cuando se oyen cosas como que el proyecto del nuevo Hospital de Toledo contemplaba una fachada similar en longitud a 37 estadios de fútbol y no es el único ejemplo del boom del ladrillo sanitario que ha habido en el país.

No se debe olvidar que en todos estos despropósitos autonómicos hay una responsabilidad política de la que deberían responder los responsables de una gestión, que no supieron hacer, en gran parte por ausencia de planificación. Aprender de los errores es una lección que aquellos que quieran llamarse gestores no deberían olvidar bajo ningún concepto, sigue en juego el Sistema Nacional de Salud.