Rocío chiva Madrid | viernes, 09 de octubre de 2015 h |

El 70 por ciento de los pacientes con enfermedad renal crónica (ERC) tiene placas de ateroma en la pared de los vasos sanguíneos, frente al 52 por ciento de población con una función renal normal que las tiene. Esta es una de las últimas conclusiones del estudio Nefrona, en el que participan más de 200 investigadores y más de 80 centros de nefrología de toda la geografía española, y que se acaban de presentar en el 45º Congreso de la Sociedad Española de Nefrología (SEN), celebrado en Valencia entre el 3 y el 6 de octubre. Estos datos, señala Elvira Fernández, jefe del Servicio de Nefrología del Hospital de Lleida e investigadora principal del estudio, ponen de manifiesto además que esta elevada prevalencia de ateromatosis es patente “ya desde estadios muy precoces, lo que significa que hay que empezar a actuar antes para evitar un aumento de mortalidad en el futuro”.

Otro dato a destacar del estudio es que se ha observado que esta elevada prevalencia de ateromatosis no es debida solo a factores como la diabetes o la hipertensión arterial, que afectan a la población general, sino también a factores específicos de la ERC como los niveles elevados de fósforo. Como apunta Fernández, este elemento ha aparecido en todos los análisis del estudio como un factor aterogénico y, según cuenta, ya hay quien ha empezado a llamarlo “el nuevo colesterol”. “Niveles por encima de 5 miligramos o incluso más bajos ya son aterogénicos”, explica esta nefróloga, que señala que el fósforo también impacta en el riesgo de mortalidad. “Los pacientes con niveles elevados de fósforo se mueren más y se mueren antes”, concluye.

En cuanto a la solución, no es difícil, ya que actualmente se mide el nivel de fósforo en todos los pacientes con ERC que acuden a consulta y existen fármacos captores o quelantes de fósforo eficaces en la eliminación de este elemento antes de que llegue a la sangre del paciente. Donde sí sería necesario hacer más hincapié, apunta esta profesional, es en la formación del paciente, para que conozca qué contenido en fósforo tienen los alimentos. La Agencia Americana del Medicamento (FDA) ha propuesto de hecho incluir la cantidad de fósforo en el etiquetado de los alimentos.

Además, el estudioNefrona también se encuentra analizando marcadores no comunes de detección precoz de la ERC. En este sentido, Fernández señala que actualmente están estudiando una serie de biomarcadores de inflamación y otra serie de biomarcadores relacionados con el metabolismo mineral. Al mismo tiempo, tambien están analizando posibles polimorfismos o mutaciones en un total de 81 genes con el objetivo también de encontrar posibles biomarcadores dignóstico de ERC. Estos datos están todavía sin publicar, pero Fernández calcula que podrían conocerse en el plazo de menos de un año.

Durante el Congreso, tambien hubo tiempo para la controversia. Concretamente, uno de los debates se centró en la necesidad o no de que el nefrólogo participe en el diagnóstico y tratamiento de un paciente crítico con fracaso renal agudo (FRA). Por un lado, razonamientos como que los intensivistas tienen que tener conocimiento suficiente del FRA porque ello va a condicionar mucho el pronóstico de su paciente para negar la “utilidad” del nefrólogo; del otro lado, que el FRA es un factor predictivo de mortalidad altísimo y que el nefrólogo es capaz de valorar de forma individualizada aspectos como “cuándo empezar a dializar, de qué forma dializar y hasta cuándo hay que mantener la diálisis”, resume Patrocinio Rodríguez, del servicio de Nefrología del Hospital Gregorio Marañón, como argumentos a favor de la necesidad de que haya un especialista en este campo en estos casos.

La creación de miniriñones en 2003 revolucionó el campo de la medicina regenerativa a nivel renal, pero las investigaciones de Juan Carlos Izpisúa, del Instituto Salk de La Jolla, en California, no se han detenido y, actualmente, ya es posible generar riñones cien por cien humanos —en la primera investigación, se mezcló yema uretérica procedente de humano con mesénquima de ratón—. Para ello, Izpisúa se dedicó a estudiar el desarrollo del embrión y observó ciertos marcadores capaces de revelar la futura expresión de células progenitoras en células del mesénquima, unas células cuyo problema era que morían si eran extraídas de su medio. Por eso, lo que verdaderamente destaca este científico como relevante dentro de su investigación es que en su laboratorio han conseguido desarrollar metodologías que permiten tanto la detección inicial de estas células progenitoras que se van a diferenciar en células del mesénquima como su mantenimiento y crecimiento posterio r en el laboratorio. “Podemos obtener una cantidad ilimitada de ellas y además las podemos mantener creciendo en cultivo indefinidamente”, enfatiza Izpisúa. Esto se ha comprobado tanto in vitro como en modelos murinos.

El segundo paso es retirar la artificialidad del laboratorio y ver si es posible hacer crecer estas células renales en un entorno vivo, para lo cual están utilizando modelos porcinos.La idea es que las señales celulares que se generan en un entorno vivo sean capaces de “hacer crecer” células renales más funcionales. Si esto se logra, el tercer paso sería probar su eficacia en seres humanos, pero esto último, remarca Izpisúa, “es todavía un proyecto a largo plazo” ya que, como señala, la Comisión Nacional acaba prácticamente de aprobar la realización de estos experimentos en cerdos.