R.C./ C.O. Madrid | viernes, 04 de abril de 2014 h |

“Los niños que toman leche materna después del nacimiento tienen una pequeña pero constante ventaja en los test de inteligencia, en comparación con los niños que toman leche de fórmula al nacer”. Así lo ha puesto de manifiesto Berthold Koleztko, jefe del Servicio de Enfermedades Metabólicas y Nutrición del Departamento de Pediatría del Hospital infantil Dr. von Haunersches, en Alemania. Una conclusión, eso sí, que hay que adoptar con cautela ya que, al ser decisión de la familia el dar o no el pecho, no es posible la asignación aleatoria en ensayos clínicos. Un hándicap que ha hecho a los profesionales pensar que estos beneficios en inteligencia puedan ser debidos a la mejor educación parental, clase social o menor hábito tabáquico que suele caracterizar a las mujeres que eligen dar el pecho a sus bebés.

A pesar de la inevitabilidad de este factor de confusión, Koleztko ha destacado durante el 9º Simposio sobre Lactancia Materna, celebrado en Madrid este fin de semana, que existen “estudios recientes sobre interacción genética y lactancia materna que demuestran que los lípidos de la leche materna benefician el desarrollo del niño”. En concreto, ha continuado este investigador, se ha prestado especial atención a las cadenas largas de ácidos grasos poliinsaturados, el ácido docosahexaenoico (DHA, omega 3) y el ácido araquidónico (AA, omega 6).

Así, estudios realizados en Inglaterra y España han demostrado que dar el pecho tiene un rol causal en la promoción del desarrollo y el funcionamiento del cerebro debido precisamente al aporte de DHA y AA que se produce durante la lactancia materna.

Pero esta no es la única ventaja que proporciona la lactancia materna, que también parece “proteger a los niños con predisposición genética a la obesidad”, ha subrayado Rafael Pérez-Escamilla, director de la Oficina de Salud Comunitaria de la Universidad de Yale. En el análisis de una cohorte de 1.096 pacientes del oeste de Australia seguidos desde su nacimiento hasta los 14 años, Pérez-Escamilla señaló la existencia de una asociación entre el aumento del índice de masa corporal (IMC) y la alimentación por lactancia materna en portadores del alelo de riesgo rs9939609 del gen FTO, el llamado “gen de la obesidad”, si bien existen diferencias según el género.

En niñas, tres meses de lactancia materna son suficientes para interaccionar con este alelo y revertir el riesgo de incremento del IMC hasta los 14 años. En niños, sin embargo, es posible apreciar esta asociación tanto en portadores como en no portadores de este alelo de riesgo hasta los 10 años; en ellos, seis meses de lactancia materna son suficientes para que la curva de incremento en el IMC regrese a niveles normales.

Una “pérdida de masa” debida a que, mientras que el contenido proteico de la leche materna es mayor después del nacimiento y decae en las semanas y meses siguientes, “la leche de fórmula contiene muchas más proteínas”, ha enfatizado Koleztko, que aprovechó también para recordar los datos de un estudio multicéntrico publicado en el American Journal of Clinical Nutrition en marzo de 2014 en el que se demostraba que proporcionar menores cantidades de proteína (caso de la leche materna) reduce la tasa de obesidad escolar temprana hasta en 2,4 veces en comparación con la leche de fórmula.

Para finalizar, este doctor apuntó la posible relación entre asma y lactancia materna. Por un lado, Koleztko presentó un ensayo prospectivo alemán que concluía que no existía ninguna asociación y, por otro, mostró los resultados de un estudio que señalaba que, en aquellos niños con un genotipo que no permitía la síntesis activa de DHA y AA, la lactancia materna durante al menos 3 o 4 meses (y su consiguiente aporte de estos ácidos grasos) logró una reducción significativa del asma hasta los diez años.