Esther Martín del Campo Madrid | viernes, 15 de marzo de 2019 h |

En diciembre de 2013, la junta directiva del programa para VIH de la Organización de Naciones Unidas, Onusida, estableció su conocido 90-90-90. De la mano de los nuevos tratamientos frente a la infección por VIH y el sida, se marcaba un triple objetivo con la mirada puesta en 2020. Lograr que el 90 por ciento de las personas que viven con VIH conozcan su estado serológico, que un 90 por ciento de las personas diagnosticadas reciban terapia antirretrovírica continuada y que el 90 por ciento de las personas que reciben terapia antirretrovírica tengan supresión viral.

Seis años después y a un año vista del plazo, el 18 por ciento de las personas con infección por VIH en España no están diagnosticadas y, además, un 48 por ciento de los diagnósticos se hacen en fases avanzadas. La situación de partida ha cambiado y se completa con otros datos como que la mitad de los pacientes con VIH ya supera los 50 años, el mismo porcentaje que presentan problemas renales o cardiovasculares.

La nueva realidad hace que desde hace un tiempo especialistas y pacientes reclamen la incorporación de un cuarto 90 que sitúe en un primer plano la calidad de vida.

Este es uno de los retos actuales en el abordaje del VIH que desde una visión multidisciplinar se ha planteado en una jornada celebrada esta semana por la compañía Gilead. En este contexto, y dentro de la atención integrada del paciente con VIH que ha de contemplar medidas para evitar o retrasar el envejecimiento prematuro y las comorbilidades, los especialistas han recordado que la mejora de los resultados en los tratamientos se ha traducido en un aumento en la esperanza de vida que lleva a la cronificación.

Juanse Hernández, coordinador del Grupo de Trabajo sobre Tratamientos del VIH, explicó que se trata de un “objetivo en construcción” que nace de la propia demanda de los pacientes. No en vano, los estudios que comparan ambas calidades de vida, entre la población general y las personas con VIH puntúan peor en el segundo grupo. A partir de ahí, aseguró que se ha decidido que “hay que mejorar la calidad de vida e impulsar este cuarto 90 que se construye sobre la calidad percibida por el paciente y también por las comorbilidades”. Todo junto suma, remarcó, y hay que hacer una especie de índice para que cada país pueda medirla.

Hernandez expuso que un grupo trabaja en ello, aunque es difícil.

A día de hoy, lamenta que no se tenga en cuenta, aunque sea muy importante. Muchas veces un paciente sale con virus indetectable, pero se siente triste, cansado, con depresión, y hay que abordarlo porque está sobrecargado.

Para ello, insistió en que se necesitan herramientas nuevas para medir la calidad de vida y también el envejecimiento con VIH. “Hay que impulsar medidas para evaluar la fragilidad, lo que nos permitirá detectar a los pacientes con mayor fragilidad”, apuntó.

En la misma línea, Begoña Artola, médico de familia del Servicio Madrileño de Salud, destacó que es preciso escuchar las necesidades del paciente para impulsar este objetivo. Artola reconoció las necesidades formativas de los médicos de primaria para abordar el manejo de estos enfermos crónicos que, de entrada, acuden poco al centro de salud.

Por su parte, Manuel Castaño, médico del área de enfermedades infecciosas del Hospital Universitario Carlos Haya destaca que para poder mejorar la calidad de los pacientes tenemos que tener recursos básicos. Entre otros, destacó el apoyo de un equipo psicológico y más tiempo para dedicar a los pacientes.

En la misma dirección José Manuel Martínez, jefe de Farmacia Hospitalaria del Hospital Clínico San Carlos, hizo hincapié en que el concepto de calidad de vida aglutina, en definitiva, el de resultados en salud. “Estos resultados aportan precisamente calidad de vida y satisfacción al paciente y resuelven el día a día de estas personas”, indicó. Para ello, consideró que es preciso cambiar alguna cosas. Entre otras, lanzó la idea de buscar la forma de aproximar el medicamento a los pacientes, incluso sacándolo del hospital, y remarcó también la importancia de acompañarles en la adherencia al tratamiento.

Junto a esta idea, los ponentes de la jornada abordaron diferentes ejes de actuación. Las líneas van desde la concienciación sobre este asunto, con campañas en distintos medios y redes sociales dirigidas a cada uno de los grupos que realizan prácticas de riesgo, a un esfuerzo por conseguir el diagnóstico de quienes ignoran su situación, alrededor de 25.000 españoles, con políticas de cribado en personas entre 20 y 59 años sexualmente activas, teniendo en cuenta que uno de los grupos con mayor infradiagnóstico se encuentra en los mayores heterosexuales de 50 años. Otro punto en el que remarcaron que es preciso profundizar es en la reducción del tiempo entre diagnóstico y tratamiento, que resulta muy dispar y sigue siendo excesivo en algunas comunidades autónomas.