CARMEN M. LÓPEZ Madrid | viernes, 16 de marzo de 2018 h |

Cuando un descubrimiento llega y lo cambia todo, la habilidad para adaptarse a ese cambio es un logro. Ese logro, como decía Stephen Hawking, no es más que inteligencia. Esa es la historia que os vamos a contar hoy.

Al igual que la genómica está cambiando el paradigma de la medicina actual, un día, el paradigma de la ciencia rebrotó. Un cambio que vino de la mano de un genio que consideró que la Teoría General de la Relatividad formulada por Albert Einstein implicaba que el espacio y el tiempo tuvieron un principio en el Big Bang y su fin en los agujeros negros. “Preguntarse qué había antes del Big Bang es como preguntarse qué hay al norte del polo norte”, decía el Hawking.

La semana pasada, su estrella se apagó a los 76 años tras una enfermedad motoneuronal relacionada con la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que se le diagnosticó con 21 años y que fue agravando su estado con el paso de los años, hasta dejarlo casi completamente paralizado. Hawking aprendió a comunicarse a través de un aparato generador de voz. Nunca cesó en su empeño por descubrir, aunque cuando le fue diagnosticada su enfermedad, los médicos le aseguraron que no viviría más de dos años. Se equivocaban. “El peor enemigo del conocimiento no es la ignorancia, es la ilusión del conocimiento”, probablemente esto le sirvió.

Una de sus teorías que lo cambió todo fue la Teoría de la Radiación. En ella, el genio aseguraba que los agujeros negros no lo absorben todo, sino que son capaces de emitir energía y perder materia. “El agujero negro solo aparece en silueta pero luego se abre y revela información sobre lo que ha caído dentro. Eso nos permite cerciorarnos sobre el pasado y prever el futuro”.

Su teoría del todo

Más allá de ser uno de los ‘descubridores’ del Universo, Hawking aprendió a ser un paciente más.

Durante la universidad, y según él explicó en varias ocasiones, comenzó a volverse “más torpe”. Aunque en un principio no le dio importancia, acudió a un especialista. Le ingresaron unas semanas y le sometieron a pruebas. Lo explicó en ‘Annals of Neurosciences’, “después de todo aquello no me dijeron qué tenía, excepto que no era esclerosis múltiple y que yo era un caso atípico. Entendí, sin embargo, que esperaban que siguiese empeorando y que no había nada que pudiesen hacer, excepto administrarme vitaminas. Se notaba que no esperaban que eso tuviese demasiado efecto. No quise pedir más detalles porque obviamente eran graves”. Los médicos estaban convencidos de que difícilmente superaría los 25 años y pocas probabilidades había de que llegase a los 27. Los sobrepasó.

Lo cierto es que todavía la ELA es una gran desconocida, y entre ellas está su causa. El caso de Hawking es muy excepcional.

Con todo, a pesar de que el científico ya no esté, su caso seguirá estando presente en las investigaciones futuras, para seguir adentrándose en los recovecos de esta enfermedad, e impedir que estos pacientes caigan en un agujero negro.

Como decía el genio: “Miremos arriba hacia las estrellas y no abajo hacia nuestros pies. Tratad de darle sentido a lo que veis y preguntaos qué hace que el universo exista. Sed curiosos”.