Almudena Fernández Madrid | viernes, 27 de enero de 2017 h |

Padecer una enfermedad crónica y tener que acudir constantemente al hospital, tanto a consulta como a recoger la medicación no es fácil; si eres un niño, menos. Teniendo en cuenta este hecho, el Servicio de Farmacia del Hospital General Universitario Gregorio Marañón ha puesto en marcha un proyecto para humanizar la asistencia que prestan a los pacientes pediátricos: FarmaAventura.

Silvia Manrique, adjunta del Área de Atención Farmacéutica de Pediatría, explica a GM que se trata de hacer la toma de la medicación “más divertida” para los alrededor de 300 niños que atienden anualmente de distintas patologías crónicas: oncohematología, cardiología, pacientes de enfermedades infecciosas, etc. y conseguir un entorno “más amigable” algo que, de hecho, han logrado ya que, tal y como asegura, la cara de los niños al entrar en la consulta “no tiene nada que ver” con la que tenían antes de que se pusiese en marcha esta iniciativa.

Se trata de niños que “pasan mucho tiempo en el hospital”, pues en ocasiones tienen que acudir al centro de día a recibir tratamiento y, posteriormente, al servicio de farmacia, por lo que se ha intentado que el entorno sea más amigable y que ellos pudiesen ser más partícipes y se responsabilizasen también de la toma de su medicación, lo que repercute en mejores resultados en salud. Para ello, la consulta está decorada como si fuese una jungla, con animales en las paredes y huellas en el suelo que desembocan en la puerta, todo girando en torno al tema de los animales.

Cuando acuden al médico y se les prescribe un tratamiento concreto, a continuación pasan a FH, donde se les va a dispensar esa medicación, a explicar más detenidamente la forma de tomarla, si hay que tener alguna precaución para su manipulación o conservación y se les facilita toda la información por escrito.

Después, se le entrega al niño el primer kit, que consiste en una mochila de FarmaAventura que contiene ‘El diario de Leo’, que es un cuento en el que un niño imaginario le cuenta al que va a seguir el tratamiento cuál ha sido su experiencia en el hospital, ya que está siguiendo un proceso similar al del paciente, que tiene que acudir periódicamente al hospital y le trasmite los pasos que ha dado desde un lenguaje adaptado al niño para que sepa qué esperar de su visita en el hospital, tenga claro el circuito y se convierta en una aventura.

Dentro de la mochila hay también una caña de bambú con 30 cajitas, cada una de ellas con una pieza de un puzzle magnético que se puede colocar en la nevera y, al darles la medicación a los niños se les explica que cuando se la toman bien, cada día tienen permiso para coger una cajita, extraer una pieza y colocarla en la nevera, de manera que al cabo de tres o semanas —que es la periodicidad aproximada con la que acuden a recoger más medicación— habrán terminado ese puzzle y en la siguiente consulta podrán decir cuál era el animal que contenía, por lo que se les premia con una tarjeta del animal, que es real, vive en el zoo, y se presenta a los niños en ella. Posteriormente, reciben otro puzzle para las semanas siguientes y continúan con la misma dinámica. Al finalizar el tratamiento, o al cabo de seis meses en el caso de los que son muy largos, les entregan a los niños y sus padres entradas para poder ir al zoo conocer a esos mismos animales.